Hernán Reyes Aguinaga
La escandalosa y repetitiva protesta del cacique de los guerreros de la madera ya es historia. Sus grandilocuentes relatos míticos del “bien y el mal” y la frases impactantes que apelaron a recrear las arquetípicas figuras de la traición y la victoria, dejaron de resonar al son de los tambores y ecos de la multitud.
Vaya alivio. La humedad y la risa del carnaval seguramente limpiaron las calles del centro de Guayaquil de tanta retórica y epíteto barato. Estamos al inicio de la cuarentena sacra y ésta también callará temporalmente la discusión de la famosa Ley de Comunicación que entra a vacancia legislativa. Lástima que sean tan pocos los avances concretos respecto del primer borrador, porque ante tanto bullicio de la semana pasada habría sido fenomenal contar ya con un marco normativo renovado y consensuado que, con seguridad, hubiera permitido que la ciudadanía pueda demandar a los politiqueros más respeto a sus derechos y hasta quizá poner en práctica una veeduría no sólo para pedir cuentas sobre los fondos públicos invertidos en los descomunales gastos publicitarios empleados en la batalla mediática, sino también para observar el pobre desempeño profesional y el esbirrismo de aquellos medios que se prestaron para hacer las veces de simples amplificadores del gran show armado por el caudillismo.
Cierto es que la mejor ley de comunicación que pudiere aprobarse no va a cambiar súbitamente la realidad del país, pues sus inequidades y desigualdades obedecen a la economía y a la política, y no a la comunicación. No va a impedir -tampoco- que algunos medios masivos, especialmente los más poderosos, sigan siendo a la vez escenarios, actores, jueces y tomen parte en esa disputa. Es probable que no desaparezcan las prácticas políticas bullangueras y populacheras que abusan de la plaza pública y de los medios. Acaso las posiciones más lúcidas, críticas y antisistémicas seguirán siendo minoritarias. Y primen las identidades más afectivas y lúdicas por sobre las racionales y analíticas.
Los poderosos continuarán gozando de más visibilidad pública y la defenderán a muerte. Pero con una nueva ley que efectivamente ciudadanice y democratice la comunicación, los sectores mayoritarios irán de a poco dejando de ser entes pasivos o meros espectadores de escándalos ficticios y mensajes nocivos, y, es posible, que se vuelvan más conscientes y críticos acerca de los estereotipos que sobre ellos construyen los sectores del poder utilizando las potencias comunicacionales.
Puede ser que con una ley razonable y progresista, las nacionalidades y pueblos indígenas, las mujeres, los niños y los jóvenes sean capaces de detectar las marcas del estigma colonial con las que se los representa, y se reconozcan masivamente como los verdaderos sujetos de la historia presente. Sin duda alguna, para enfrentar la catastrófica “ley de la selva” y el imperio del más fuerte en sus formas culturales contemporáneas, hace falta un código común, un acuerdo mínimo de convivencia entre iguales, una ley que permita soñar un país más allá de grandes medios y excluyentes poderes.
Este artículo da una clara opinión acerca de la nueva Ley de Comunicación, que al parecer quedaría sólo en propuestas, pues como dice el autor, es sólo “una repetitiva y escandalosa protesta del cacique de los guerreros de madera”.
Con estas expresiones queda marcado el estilo irónico de este escritor, ya que en la mayoría del texto utiliza frases que hacen burla de la realidad que se vive en el país.
Su posición es imparcial, es decir, no se encuentra a favor del partido oficialista ni del Alcalde Nebot ya que en ambos casos sus palabras son fuertes y sarcásticas como en la frase anterior en la que se burla de las acciones del Alcalde. Asimismo tiene una visión pesimista acerca de esta nueva Ley y lo recalca en varias partes de sus párrafos.
Otra de las características de Hernán Reyes es el uso de un lenguaje coloquial y simple, sin embargo llama la atención la palabra “esbirrismo” que hace referencia a la posición de algunos medios que aparentan un gran poder pero en realidad no son más que títeres de un superior. La jocosidad también es evidente en estas líneas. Desde su título hasta la conclusión mantiene el tono burlesco frente a las situaciones que describe.
Sus ideas concluyen sosteniendo una manera negativa de ver los cambios que se dan, a su criterio la creación de una nueva ley no daría un súbito progreso a la realidad del país.
Por Andrea Hidalgo
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